Le pesaban
los parpados y se sentía muy cansado, aún así, reunió las fuerzas como pudo
para ponerse en pie y seguir con su camino. La casa no estaba mal del todo,
pero no había comida y siempre había la posibilidad de que volvieran sus dueños
y lo encontraran allí, con la mitad de las pertenencias de la casa en una bolsa
que, por cierto, tampoco era suya. Después de dar un último vistazo a la casa
para asegurarse de que no se dejaba nada que pudiera serle de utilidad, suspiró
profundamente y se cargó la bolsa en el hombro del brazo sano de nuevo.
Fuera de la
casa, el sol ya brillaba alto en el cielo y calentaba el suelo bajo sus pies,
que aún llevaba descalzos. Con la esperanza de no tardar demasiado en encontrar
un refugio en el que descansar, decidió seguir rio arriba hacia el noreste con
la intención de llegar a la zona de las montañas del este de la ciudad. Quizá
allí encontrase alguna cueva pequeña en la que dormir tranquilamente sin que
nadie pudiera encontrarlo con facilidad.
Al
principio todo seguía siendo campo abierto, pero al cabo de un par de horas de
camino la vegetación cambió de explanadas de hierbas bajas, a zonas con muchos
arbustos y algunos árboles pequeños. Más adelante, los árboles eran cada vez
mas altos y frondosos y poco a poco se fue acercando a la zona de bosque que
había a los pies de la montaña.
Mientras
caminaba, recogió algunas hojas más de agrimonia para hacerse otra cura más
tarde y creó algunas trampas sencillas para animales pequeños con la ayuda de
algunas hojas y ramas flexibles.
Después de
cuatro horas más de camino, decidió sentarse a descansar en el tronco de un
árbol caído que había cerca de la orilla del rio. Cogió algunas bayas de un
arbusto cercano y se remojó los pies cansados en el agua. Después de repasar lo
que llevaba en la mochila, se maldijo a él mismo por no haber cogido una
botella de la cabaña. Recordaba haber visto algunas, pero en aquel momento no
había caído en que no podría llevar agua encima sin una de esas.
Se echó
hacia atrás y se dejó caer de espaldas en el tronco, mirando las nubes pasar
lentamente por encima de los árboles. Ojalá pudiera transformarse y volar un
poco por aquella zona. Sabía que era preciosa vista desde arriba, ya había
pasado por allí alguna vez cuando iba a la ciudad, pero ahora no podía
permitirse maltratar su ala herida, iba a tener que esperarse unos días a que
los bordes del agujero de la membrana se reforzaran y no se rasgaran si volaba
durante algún tiempo.
Cogió con
su mano el colgante que llevaba al cuello y lo examinó contra el cielo azul. Era
un dragón de plata diminuto, Sgiath, de poco más de cuatro centímetros de alto enroscado
en una gema roja. Siempre le había gustado aquel colgante. Le dio vueltas entre
sus dedos, dejando que la luz pasase a través de la piedra creando destellos de
color.
-
¡Por las escamas de Sgiath!, muchacho, ¿es que
quieres que te maten?
Shane,
alarmado por el grito, salió de su ensimismamiento y se levantó rápidamente del
tronco buscando la procedencia de la voz en todas direcciones, casi cayéndose
al suelo en el intento.
-
Ponte una camisa, o esconde ese medallón del
demonio, con este sol que hace brilla como un diamante. Si estas huyendo de
algo, no creo que te interese llamar la atención de esa manera. Además, asustas
a los pájaros. Y a mí me gustan los pájaros. Y que no me dejen ciego a
destellos mientras recojo bayas.
Un hombre
mayor salió de detrás de unos arbustos, con un buen montón de bayas envueltas
en un pañuelo en la mano. Llevaba ropa de campo y caminaba encorvado apoyándose
en un bastón improvisado con una rama larga y gruesa. El cabello blanco caía
despeinado y lleno de pequeñas hojas alrededor de su cara y llegaba hasta sus
hombros. Tenía los ojos de un azul muy claro, una barba completamente blanca de
varios días y su cara, arrugada y morena por el sol, lucía la expresión de
quien regaña a un niño por no ser cuidadoso mientras juega.
Mientras
Shane se recomponía, el hombre caminó algunos pasos hacia él con la vista fija
en el colgante, y cuando estuvo lo suficientemente cerca, lo golpeó suavemente
con la rama que llevaba en la mano.
Shane, sin
saber qué hacer, cerró su mano alrededor del colgante y le miró extrañado.
-
Vamos, muchacho, reacciona, - insistió el hombre
dándole un golpe con el bastón en la frente – no soy ningún fantasma. Ponte una
camisa o quítate eso de una vez. Tampoco es que convenga que te dé el sol en
las heridas, así que yo elegiría la camisa. ¿Llevas alguna en la bolsa?
-
S-si… - balbuceó Shane frotándose la zona del
golpe mientras se descolgaba la bolsa del hombro y revolvía su contenido en
busca de la camisa que había cogido de la casa.
-
Bueno, por lo menos sabes hablar ¿Vas en alguna
dirección concreta o te has perdido? ¿Puedo ayudarte en algo? O mejor, olvida
eso. Ayúdame a recoger algunas bayas para mis niños y yo te haré una cura en
esas heridas tan feas cuando lleguemos a casa. No vivo muy lejos de aquí, mi
cabaña no está cerca de las otras, prefiero el ambiente de montaña – el hombre
puso el pañuelo con las bayas en la mano de Shane cuando este hubo terminado de
ponerse la camisa y empezó a andar de nuevo hacia el arbusto del que había
salido –. Vamos muchacho, no veo que te muevas.
A) Seguir la corriente al hombre
B) Rechazarle
educadamente y seguir con el camino
Pues elijo la A, en toda novela van apareciendo personajes secundarios que resultan ser interesantes, así que creo que merece la pena seguirle la corriente.
ResponderEliminarSiempre hay que desconfiar de los extraños?? nu se...
ResponderEliminarTeniendo en cuenta que el plan B tiene poco chicha, que necesitamos ayuda y que no sabemos donde ir.... elijo la A.
Todo el mundo se merece una oportunidad pero, sin bajar la guardia, no nos podemos confiar.
Esto va un poco lento, venga danos vidilla!!
Opción A sin duda
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